Entre sueños y riesgos la Marina Mercante pierde las pólizas

Cuando se habla de la Marina Mercante, la mente suele imaginar grandes petroleros o portacontenedores, ferris intercosteros y cargueros surcando el Pacífico, el Golfo, el Caribe o el Mar de Cortés.

Sin embargo, la realidad es que existe una flota que es una mayoría invisible: lanchas turísticas, embarcaciones deportivas y yates privados que transportan personas, sueños y, en muchos casos, riesgos inminentes e incluso buzos desgarrados por las propelas.

Claudia Hernández Sordo, nueva directora general de la Marina Mercante, se enfrenta a este escenario que, de suyo, representa un desafío crítico para garantizar que estas embarcaciones cuenten con seguros adecuados y que los trabajadores del mar —la famosa gente de mar— que todos festejan en posteos y más posteos, estén protegidos.

Un ejemplo de ello es un destino turístico como Cozumel, además de todo el Caribe mexicano, donde existe un gran interrogante:

¿Están realmente aseguradas las vidas que surcan nuestros mares y los miles de turistas que suben a cacharros y lanchas de motor en presuntas buenas condiciones?

La respuesta, en la práctica, es alarmantemente ambigua.

Mientras la industria turística crece y el flujo de visitantes aumenta, la seguridad y la protección financiera de empleados (gente de mar) y turistas parece quedarse atrás.

Héroes sin respaldo

El 25 de julio de 2025 pasado, día de Santo Santiago, por cierto, Manolo Acuña Zepeda, instructor de buceo, arriesgó su vida para salvar a turistas en el arrecife Yucab, Cozumel, y estuvo a punto de morir en las propelas.

Una lancha deportiva ingresó ilegalmente a una zona protegida, ignorando señales de advertencia.

Acuña logró alejar a los nadadores, pero sufrió fracturas expuestas en piernas, espalda y rodillas tras ser golpeado por la propela.

Trasladado de urgencia a un hospital, su tratamiento médico asciende a millones de pesos, financiado en parte por colectas de la comunidad, mientras la empresa y operador turístico que lo emplea buscaba eludir responsabilidades.

Al final lo logró: el operador de embarcaciones de recreo Sand Dollar Sport se deslindó rápidamente, recurriendo a artificios de no responsabilidad laboral.

Este episodio evidenció la valentía individual, pero también la ausencia de mecanismos de protección en la afamada Marina Mercante Nacional, que todos festejan el 1º de junio, pero el resto del año es olvidada por la indiferencia.

“Si un héroe paga con su salud, algo está pasando en la regulación y la industria”, comenta un especialista en seguridad marítima.

Los seguros que deberían responder ante accidentes de esta naturaleza brillan por su ausencia en la mayoría de los operadores turísticos, ya sea en Tuxpan, Alvarado, Cabo San Lucas o Cozumel. Sería interminable mencionar todas las playas olvidadas.

Regulación insuficiente

La Ley de Navegación y Comercio Marítimos establece que todas las embarcaciones deben contar con un seguro de responsabilidad civil. Sin embargo, esta reglamentación funciona más como un salvavidas simbólico que como una garantía real.

Es del dominio general que las pólizas suelen ser mínimas, la supervisión es laxa y la prevención queda relegada a un segundo plano.

Los daños ecológicos, los accidentes graves y la protección de los trabajadores quedan en la línea de fuego.

En contraste, los cruceros internacionales exigen seguros especializados como Watercraft Liability, que cubren daños, lesiones y gastos médicos. Los operadores sin esta protección pierden contratos y enfrentan riesgos financieros enormes.

México, con su riqueza marina y su dependencia del turismo náutico en muchas regiones, carece todavía de un marco que haga obligatorio este tipo de cobertura.

Hacia el blindaje

El reto para Claudia Hernández Sordo es amplio: transformar la seguridad náutica desde las bases implicaría no solo exigir seguros robustos, sino implementar protocolos de mantenimiento, supervisión efectiva y garantías para los trabajadores del mar.

La afamada Marina Mercante debe ampliar su mirada más allá de los grandes buques y atender a la flota invisible que mueve economía, cultura y vidas locales.

En el mar, como en la vida, no basta con flotar. La prevención, la responsabilidad y la cobertura financiera son los verdaderos salvavidas.

Mientras México avance en esta dirección, el heroísmo individual, como el de Manolo Acuña, dejará de ser la única red de seguridad frente a la negligencia.

 

Por Gabriel Rodríguez / Opinión 

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